La máquina de soñar by Nadia Orenes Ruiz

La máquina de soñar by Nadia Orenes Ruiz

autor:Nadia Orenes Ruiz
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia Ficción, Policial
publicado: 2014-05-18T22:00:00+00:00


Al final se oyó en la puerta un chasquido metálico y él se puso en tensión. La puerta se abrió unos centímetros y entró un resquicio de luz. Alguien permaneció en el quicio dubitativo. Él apretó los puños y mantuvo la respiración. Una sombra entró. Alexander cerró la puerta para que se hiciera de nuevo la oscuridad. Saltó y se colgó del recién llegado apresando su cuello con los brazos. El cuerpo se movió de un lado a otro para quitárselo de encima, le clavó los dedos en los brazos y berreó, pero él cerró fuerte los ojos y apretó más y más, hasta que el cuerpo terminó perdiendo el equilibrio. Chocaron contra la cama y rebotaron en la máquina, que seguía chispeando. Alexander se impulsó con una pierna en la máquina para dirigir la caída de modo que el hombre quedara debajo. En el suelo continuó apretando, sintiendo los dedos que le querían desgarrar la carne, pero aguantando hasta que el cuerpo dejó escapar un último estremecimiento. Entonces él se levantó, tan excitado que casi no sintió la presión que comprimía sus extremidades ni las palpitaciones que latían en su cabeza. Comprobó que el hombre seguía respirando y suspiró.

Se arrodilló y metió un brazo bajo la cama, palpando el suelo. Sacó una bata, una carpeta y unas gafas. Se puso las gafas y la bata. Se abrochó los botones, estiró las solapas hacia arriba para que cubrieran sus mejillas y comprobó con las yemas de los dedos que estuviera bien alineada la ficha identificadora en la que ponía “Dr. Trevor”. Cogió la carpeta y salió de la habitación. Esquivó la mirada de la cámara que había delante de la puerta con el mayor disimulo.

Aquella tarde le había tomado mucho tiempo registrar toda la habitación hasta estar casi del todo seguro de que no había cámaras ahí dentro. Entonces había sacado la bata de Trevor del interior de su cazadora y lo había escondido todo ahí debajo. Cuando la había visto colgada en la taquilla, casi conservando todavía la forma del cuerpo de su anterior poseedor, había sabido lo que iba a hacer.

Sin embargo, ahora, mientras subía las escaleras hacia la planta superior, de repente le sobrevino el sueño. Las pastillas todavía ejercían su efecto. Pero no era grave, solo necesitaba echar una cabezada. Entró en el laboratorio y comprobó que apenas había movimiento. Los trabajadores de guardia no le prestaron atención. Ver de reojo que la persona que había entrado vestía una bata blanca había sido suficiente para ellos.

Se sentó frente al panel de monitores, se encogió en la silla, cruzó los brazos, apoyó la cabeza en el respaldo y durmió.

*****

Unas voces le trajeron de vuelta. Abrió los ojos y el brillo de los monitores le cegó. Sintió la tensión que llenaba la atmósfera y se despejó de inmediato. Supo que estaban hablando de él, aunque sin saber que él estaba ahí. Caminó hacia la puerta y mientras la abría advirtió que las voces habían cesado. Con sumo cuidado,



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